La comunión con lo diferente. Prepararnos para comulgar en serio
Leonardo Belderrain (Argentina)
“Sólo se es Iglesia cuando hay entrega recíproca y no hay temor por lo diferente. Koinonia (desde el descubrimiento de la comunidad hacia lo personal) y diaconía (desde el servicio personal hacia todo lo de la comunidad).
La iglesia de Jesús ¿nació de un gran amor de El con los doce o de un gran fracaso? La traición y la baja contención después de su muerte ¿les hizo pensar una divinidad tan sublimada, propia de los que quieren erigirse y perpetuarse en un poder curiosamente combatido por Jesús? ¿Nacimos de una gran historia de amor o de un gran resentimiento? Pareciera que algunos cristianos actúan fóbicamente frente a sus miedos y sus núcleos vergonzantes, ora estén en grupos “carismáticos”(paulino), ora estén muy afianzados en lo institucional (petrino)
JUAN ARIAS nos decía hace poco en Redes Cristianas: ¿Por qué la Iglesia teme a los diferentes?
A la jerarquía católica le da miedo todo lo que salga del orden por ella trazado en la liturgia, la fe, la familia, el sexo. Sin embargo, el profeta de Nazareth en el que se inspira fue un ser distinto, un heterodoxo Con el papa Benedicto XVI, para algunos el miedo de la Iglesia católica hacia los diferentes se ha agudizado. Se estudian incluso nuevas formas de castigo a los sacerdotes que se casen civilmente. A Roma le da miedo todo lo distinto, los que disienten de las rígidas normas de conducta por ella trazadas. Teme a los diferentes sexuales: gays, lesbianas, transexuales, prostitutas; a los diferentes religiosos: ateos, agnósticos, animistas, protestantes, judíos o musulmanes. Le irritan los divorciados, los sacerdotes que dejan los hábitos, los suicidas, los adúlteros, los drogadictos. Arrecia sus castigos contra todos ellos. La Iglesia divinizó a Jesús para cubrir sus flaquezas. Él nunca se dijo Dios, sólo “hijo del hombre” Fue un antisistema. Su vida y sus dichos eran una paradoja y una contradicción. Jesús de Nazareth, era un ser diferente, que actuaba fuera de las normas, más aún, estaba contra las normas de su iglesia, la judía, cuando consideraba que contradecían la libertad del hombre. Se pronunció contra la ley del sábado, sagrada para los creyentes judíos; contra los sacrificios de animales en el Templo y las especulaciones económicas derivadas de aquellos sacrificios. La tomó a latigazos contra aquellos mercaderes. A la Iglesia le da miedo todo lo que no se encuadra en el orden por ella trazado. Le gusta sólo la familia tradicional, y cualquier intento de búsqueda de nuevas formas de relación humana más aptas a la mentalidad del tiempo, lo censura antes de ponerlo en discusión. Lo mismo ocurre con el doloroso modo de la mujer de deshacerse de una gestación que puede representar su muerte psíquica, social o física. Y aún aquí la Iglesia tiene dos pesos y dos medidas, si se trata de una mujer seglar o de una religiosa. ¿Qué aconseja a los responsables de las monjas que, por ejemplo, en las Misiones, son violadas y quedan embarazadas? ¿Les deja libertad para dar a luz a ese hijo? ¿Qué haría con él la religiosa a la que no podría echársele de la Congregación pues había sido injustamente agredida? En lo relativo al celibato obligatorio para los sacerdotes, se trata de algo realmente absurdo históricamente, ya que sabemos que no sólo Jesús, los apóstoles y los primeros Papas estaban casados, sino también los obispos en los primeros siglos del cristianismo. Lo único que se les pedía a esos obispos casados era que tuvieran una sola mujer, para dar ejemplo a los fieles. ¿Cabe mayor hipocresía que el caso de dos parroquias en una misma ciudad, en las que en una, el sacerdote puede estar casado porque se convirtió del protestantismo al catolicismo cuando ya estaba casado, y en la de al lado el cura católico, que si quiere casarse, tiene que dejar la parroquia y el sacerdocio? Al Jesús hombre, la Iglesia lo divinizaría más tarde para cubrir sus flaquezas. Él nunca se dijo Dios, sólo “hijo del hombre” que en arameo significa uno como los demás. Lo divinizó para cubrir sus miedos, a la muerte por ejemplo: sudó sangre de pavor en el Huerto de los Olivos y pidió a Dios que le ahorrase los horrores de la crucifixión. En ninguna circunstancia de su vida fue un hombre de orden. Fue un antisistema. Su vida y sus dichos eran una paradoja y una contradicción. Arremetió contra la familia tradicional, algo sagrado entre los judíos: “¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?” (Lucas 13,31ss), se preguntaba. Defendía a las mujeres adúlteras (Juan 8,3ss) contra la hipocresía de los fariseos, y exaltaba a las prostitutas: “Ellas tendrán un lugar mejor que vosotros en el Reino de los Cielos” (Mateo 21,31). Era amigo de todos a los que el sistema y el Templo marginaba, de los considerados de mala reputación como publicanos y pecadores. Fue tachado de todo lo que puede ser acusado un diferente. Sobre todo fue considerado un endemoniado y un loco y en aquel tiempo la locura daba más miedo y producía más rechazo que hoy. Lo consideraban loco sus mismos hermanos: “está fuera de sus cabales”, decían de él, como se lee en Marcos 3,20. Tan loco que los suyos fueron a recogerlo para llevárselo a casa. Tan fuera de sí, que quisieron despeñarle. Llegaron hasta a apedrearle, algo muy serio en aquel tiempo si se piensa que la pena de muerte más conocida entre los judíos era la lapidación o apedreamiento. La muerte en la cruz no era judía, era romana. La Iglesia ha tenido y sigue teniendo miedo del Jesús hombre. Profesa que “se encarnó”, que nació de una mujer, que tuvo todas las pasiones humanas, pero en realidad, cubre su humanidad con un tupido velo divino, para alejarlo de los hombres. Para los de su tiempo, Jesús era un profeta loco, que había salido de una aldea insignificante, como Nazareth, cuyo nombre ni aparecía en los mapas de aquellos tiempos, que no tenía miedo al poder al que más bien desafiaba. Al rey Herodes, que le mandó un aviso para que dejase de predicar, le respondió llamándolo “zorra”. Lo desobedeció. Jesús no era un diplomático, ni hombre de medias tintas. Tenía alergia a la hipocresía y a la violencia. No condenaba, salvaba. No soportaba a los que juzgaban a los demás. Lo perdonaba todo. Sufría viendo sufrir. Curaba las enfermedades. No tenía miedo de la alegría, de la felicidad, ni del sexo. Multiplicó el vino en las Bodas de Canaá para que siguiera corriendo la fiesta. No dejaba ayunar a sus apóstoles. Comía y bebía en las mesas de los ricos fariseos, aunque personalmente era pobre, sin casa y a veces sin qué comer. Era un inconformista. ¿Cómo encajar este perfil del hombre-Jesús, un verdadero diferente en su sociedad, en la Iglesia católica, que aparece cada día más lejana de sus orígenes, con sus condenas, con sus alergias a todo lo que no comulga con ella, con sus aversiones al sexo, con su miedo a los que no piensan como ella, con su arrogancia de creerse la única fe verdadera? Algunas Iglesias consideran que los Evangelios han sido inspirados por Dios, pero en la práctica les temen. Quizás por ello, poco a poco, los han ido endulzando, tergiversando o sustituyendo por la teología, por el derecho, por los catecismos, por las encíclicas, por las bulas, por millones de decretos, generalmente de condenas. Hasta a Francisco de Asís, el santo más parecido al profeta de Nazareth, que no quería para sus discípulos más reglas que las que están escritas en los Evangelios, le obligó el Papa de entonces a sintonizar con la Iglesia oficial de Roma. Le obligó a escribir una Constitución para su nueva Orden. A la Iglesia nunca le han bastado los Evangelios. A una autora de libros de poesía, la invitaron una Navidad a ir a visitar un manicomio femenino de Río de Janeiro. Colocaron una mesita con sus libros para que los locos pudieran abrirlos y leer algunos de sus versos. Le pusieron a una enfermera de protección. No hizo falta. La poesía fue su mejor calmante aquel día. Una esquizofrénica, tras haber leído uno de sus poemas se le acercó y le dijo: “Dime la verdad, tú tienes que ser una loca como nosotras para poder escribir estas cosas”. Existe la locura del arte, la locura de la ciencia, la locura de la pasión amorosa, la locura por las aventuras, la dura locura de la mente. La de Jesús era la locura por todos los marginales, por los diferentes y sus debilidades. ¿Y la locura de la Iglesia? Tendría que ver con el, único criterio por el cual, según Jesús, todos seremos juzgados tuve hambre y me diste de comer tuve preso y enfermo y me visitaste . En Argentina, si uno se vincula a los cristianos que todavía leen a teólogos de la liberación, observará que ellos jamás verán con buenos ojos la actividad financiera o lucrativa de los cristianos vinculados con la vida empresarial, mucho más si vienen de empresas “top”. Los grupos vinculados al poder, como “Opus Dei”, podrán tratar temas empresariales vinculados a un sano- insano crecimiento económico, pero no se interesarán realmente por los pobres, y su sensibilidad para los grandes cambios sociales o la inclusión de género no serán lo más importante. La aceptación de lo diferente está tanto arriba, en las cúpulas, como en la base.
En las comunidades cristianas es muy difícil, pero la fuerza del Espíritu siempre obliga a abrazar lo opuesto y asumir críticamente lo distinto. Esto; ¿lo hacen bien los cristianos de base, y mal las personas vinculadas a lo institucional? En los dos casos, deberíamos desactivar nuestros miedos y trabajar nuestras sombras. Salir del útero en el que nos hemos encerrado e interactuar con los diferentes. Lo que odiamos en los demás es muchas veces lo que más nos molesta de nosotros mismos. La Iglesia que vive la plenitud del Espíritu es la que no se encierra en lo homogéneo, sino que sale a buscar lo distinto. Cuando una persona o agrupación tiene mucha autoestima o energía interna, logra mucha fuerza, decisión, claridad de objetivos, etc., desde el punto de vista de esa persona o grupo. Pero es altamente probable que, a su vez, genere resistencias en otras personas o grupos de diferente origen, pensamiento, cultura. Los psicólogos sociales suelen decir que para mejorar la energía relacional y mantener toda la energía interna, personal o grupal, se debe mirar al otro, al diferente y ejercitar toda la posibilidad de relación amorosa. Sólo así se sana la tendencia de hacer úteros fundamentalistas con lo que ayer fue contención. Es probable que desde la locura de Jesús, que originó el cristianismo, hasta la fecha, hubiera un proceso de instalación, de enorme autosuficiencia en la estructura eclesial y de pérdida de locura santa, que se manifiesta en el amor al diferente.
Norberto Saracco, decía “Seguimos teniendo una pastoral de la familia Ingalls, que no existe, seguimos hablando del culto familiar, papá, mamá, tomando café al lado de la chimenea. Esa familia no existe y no hemos desarrollado una pastoral para la familia Simpson. ¿No será que las comunidades cristianas no pueden ver por donde pasan sus resentimientos, y así se abroquelan desde donde se sienten fuertes? Lo que pretende encarnar el Budismo, es que uno es su propio maestro y que a lo sumo debe interiorizar las sugerencias del maestro, pero no se coloca el saber en un otro superior. En esto nos pueden aventajar los budistas y ser más cristianos que nosotros. Todos tenemos una imagen de nosotros mismos que se va armando en nuestro desarrollo y que luego conforma nuestra autoestima y crea o construye nuestro lugar en el mundo. Encontramos una razón para ser amados y desde ahí construímos nuestra identidad. Cuando nuestra imagen fue dañada, se genera en nosotros un estado de resentimiento. Cuando alguien dice o hace algo que nos daña, en realidad dañó esa imagen que tenemos de nosotros mismos. Todos debemos tener la capacidad de salir del estado de resentimiento cuando nos dañan. Es un estado en el que todos podemos caer y debemos aprender a salir rápido de él. Para eso es importante tener la lealtad de comprenderse a sí mismo. Esto significa que debemos ser capaces de estar en diálogo con uno mismo sobre las cosas que sentimos ,y sobre nuestra vida emocional con los otros que nos rodean. En realidad, tenemos una mala ubicación en nuestro mundo; sentimos que no es como nosotros quisiéramos o que la gente no cumple con las cosas como debiera. Ese rasgo negativo de la personalidad nos va generando un daño a nosotros mismos, y es el caso del que se ve en una botella media vacía o casi llena. Esto genera efectos dentro del hombre y afuera de él; se mira con resentimiento y aparecen las “malas ondas” con sus secuelas en todos los aspectos interiores :el alma, el cuerpo, las enfermedades, el bajo nivel de optimismo y alegría. Hay gente que alimenta el resentimiento ajeno, por ejemplo aconsejando o diciendo palabras que agudizan el resentimiento de otros. Esto se puede ver en cristianos del Opus Dei, de la Teología de la Liberación, del Vaticano o pentecostales. Existe una necesidad hasta biológica del hombre de ser bueno y de vivir en paz.
Son las tendencias del “eros” las que construyen la vida y las de “tanatos” las que desorganizan y destruyen con la muerte. Si siembras paz recogerás paz. Todos somos capaces de hacernos y de hacer daño; lo importante es que, estando en paz, podremos evitarlo. Como dice una frase hindú “el corazón en paz ve una fiesta en todas las aldeas” El resentimiento genera el hecho de la ceguera, porque no se puede pensar por la intensidad de las emociones vivenciadas y se pierde la capacidad de reflexión acerca de lo que se dice y hace. Quizás por eso el espíritu suscite en diversas épocas carismas que ayudan a la Iglesia a superar fobias e ir al encuentro con lo diferente.
Hay dos teolgías que favorecen esta apertura: una que va al distinto por compasión y beneficencia desde su superioridad espiritual, y la otra que cree más en el Cristo recapitulador, que considera que sólo nos sanamos y salvamos cuando entramos en verdadera comunión con todos los hombres de buena voluntad desde un amor mas de necesidad que de compasión.
Salir de nuestros úteros, ora petrinos, ora paulinos, servirá en todas las épocas para que la Iglesia pueda desaparecer como superestructura, y ser mas familia ayudando a construir con los hombres de buena voluntad la familia humana.
Capilla Santa Elena, Parque Pereyra Iraola. Leonardobelderrain@gmail.com.ar
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